Relectura de Watchmen


Hace unos quince años comencé mi primera lectura, incompleta, de Watchmen. Los saldos de Zinco que llegaron a los kioskos chilenos eran intermitentes y, en la época pre-internet, si no tenías la versión en papel podías olvidarte de leer una serie en su totalidad. Sin embargo, recuerdo cómo me impresionó el ritmo con que, sin misericordia, Moore apabullaba a sus personajes.
Años después, por fin pude leerla completo. Fue el 2006 y la sensación fue distinta. Ya no estaba para descubrimientos como en los noventas, sino que ahora sabía muy bien a qué me enfrentaba, lo que significaba y sus consecuencias. A esas alturas ya había leído a sus numerosos herederos espirituales, por lo que, al volver a la fuente, me encontré con el problema de no disfrutarla.
Con semejantes experiencias, tarde o temprano tendría que releerla prescindiendo de las expectativas, como un reencuentro con un viejo amigo. Y así fue. Hace unos días saqué el tomo del librero y comencé la lenta y cuidadosa lectura de un comic que cambió la historia, pero que ahora, en mi sillón, simplemente me interesaba darle una lectura honesta y sin compromisos. Mis impresiones, a continuación.

Una obra maestra

Pues bien, como no es fácil hacer tabla rasa para leer un comic sobre el que se ha hablado tanto, sencillamente me dediqué a redescubrirlo a partir de una conclusión obvia: Watchmen es, en todos los niveles, una obra maestra, pero es una obra maestra peligrosa y al lego se le debe hacer siempre esa prevención.
Si no has sido un lector asiduo de cómics durante los últimos años, seguramente llegarás a Watchmen y te encontrarás no sólo con un ladrillo, sino también con algo que está fuera de su tiempo. Watchmen pertenece a los ochenta y cuesta un poco sacarlo de ese contexto. Quizás hoy en día pueda replicarse el ambiente del reaganismo y, por tanto, entenderse uno de los tantos niveles de Watchmen (la crítica al fascismo). Sin embargo, ese enfoque parece menos urgente hoy en día y, al menos desde mi punto de vista actual, debemos fijarnos en las propiedades destructivas de esta obra, en las rupturas que provocó.

El crepúsculo de los Dioses


Watchmen generalmente es promocionado como el más importante cómic de la historia. ¿Dónde está el peligro en ello? En que suele asociarse esto con la idea de que se trata, a su vez, de una historia de superhéroes, cuando en realidad Watchmen no es tal cosa, al menos no en el sentido habitual de tales cómics. Aquí no hay tipos superpoderosos o vigilantes severos enfrascados en una lucha contra el mal. Moore desplaza la acción superheroica a un lugar secundario y se concentra en los personajes, sometiéndolos a una vivisección rigurosa que terminó por quebrar la historia del comic americano, obligándolo a cambiar de rumbo. En efecto, el asesinato del Comediante es sólo una excusa argumental para iniciar a un trabajo de relojero sobre el mundo que Moore y Gibbons despliegan ante nosotros.
Así visto, Watchmen es una suerte de Ragnarök para el cómic de superhéroes, es el punto en que éste simplemente es barrido pieza por pieza y sepultado sin siquiera detenerse a medir a las consecuencias. El ejercicio deconstructor es tan intenso que su consecuencia directa es, tal como en el Ragnarök nórdico, el ocaso de los dioses y el subsiguiente nacimiento de un nuevo mundo. De ese modo, Watchmen puso término a una época del cómic americano al revisar y exponer a sus héroes, y al mismo tiempo abrió la puerta para una nueva era, más madura, donde ya nada podía ser simple e inocente. Los cómics post-Watchmen no pueden darse el lujo de la ingenuidad, pues Moore se las arrebató.

El realismo y la sicología del héroe

Así entendido, el principal tema que aborda Watchmen es la humanidad de los héroes, pues desde un comienzo Moore se emplea en desmitificarlos, en mostrarnos sus debilidades y flaquezas, en enrostrarnos su patetismo. No en vano el arte de Gibbons es realista y funcional a dicha idea, al punto que los mismos trajes parecen toscos y ridículos. La consecuencia ulterior de esta labor es la defensa de la existencia de una sociedad donde todos sus miembros sean responsables de sí mismos, pues si los llamados "héroes" son tan falibles como cualquiera, ¿qué sentido tiene encargar a ellos nuestra protección?


Practicamente ningún personaje se salva de esta revisión. Asistimos cuadro por cuadro a la historia de sus motivaciones, de los hechos que los definen, y en ellos sólo encontramos la opaca y común humanidad. Es por ello que vemos con simpatía a alguien tan amoral como el Comediante, pues en cierto modo lo entendemos.
Es interesante que, a la larga, el único héroe que queda a salvo del escrutinio por parte de Moore es Ozymandias. Aún más, él es el único que cuenta su vida y motivaciones como un narrador protagonista. Respecto de los demás, es Moore, omnisciente, quien se encarga de exponerlos como lo que son: simples humanos.

El lenguaje y la coherencia interna

Parte del renombre de Watchmen fuera del círculo comiquero nace hace unos años con su fallida adaptación a la pantalla grande. El trabajo de Snyder resultó ser un fiasco para quienes esperábamos ver la versión cinematográfica de una obra tan crucial para el género. Me atrevo a sugerir que el error estuvo en querer repetir, casi cuadro por cuadro, la narrativa del cómic, sin reconocer que el cine tiene sus propios lenguajes y estructuras. Al mismo tiempo, hecha la traslación, la narrativa del soporte escrito pierde valor, pues sólo funciona en el papel y sus viñetas.
Es cosa de ver la infinidad de detalles que pueblan cada número y cómo van creándose referencias internas a medida que avanza la historia. A modo de ejemplo, vemos cómo Rorschach fuerza una y otra vez las cerraduras "Gordian Knot" (el famoso nudo que no podía ser deshecho y que Alejandro Magno, en un ejemplo típico de pensamiento lateral, simplemente lo cortó con su espada), para luego ver al mismo Ozymandias usar la historia del nudo gordiano dentro de su discurso.
Algo similar ocurre con el uso de las simetrías, desde el clásico episodio del test de Rorschach hasta los evidentes paralelismos entre la historia de piratas y la de Adrian Veidt. Releer a Watchmen implica ir descubriendo, una tras otra, todas esas referencias, como capas ocultas que van lentamente revelando la maravilla narrativa que encierra.
Al mismo tiempo, la profusión de detalles, simbolismos e historias paralelas conduce a una conclusión obvia: la coherencia interna de la obra es de tal magnitud que esta es, en el fondo, un producto único que no precisa de adiciones posteriores. Al final, se trata de una obra autosuficiente, tan bien escrita que cada lectura y exámenes sucesivos recompensan del mismo modo que el primer encuentro con sus páginas. Y para ello no se precisa de nada más, en doce números Moore y Gibbons crearon un universo completo, que sólo requiere una cosa: dar vuelta la portada y comenzar a leer.

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