El grito del pueblo, de Jacques Tardi y Jean Vautrin

La Comuna de París es uno de los sucesos que más me ha fascinado en los últimos años, pues no sólo resulta impactante su tragedia como tal, sino que incluso ahora, con más de un siglo de perspectiva histórica, me cuesta aprehender todos los matices de ese par de meses en que el París obrero se alzó contra los privilegiados, demostrando una vez más que Francia es, para Occidente, el faro de la libertad y la insumisión.
Narrar unos días tan intensos no parece ser tarea fácil y Jacques Tardi, según él mismo declara, durante varios años no supo cómo hacerlo hasta que cayó en sus manos Le cri du peuple, de Jean Vautrin, y se decidió a serializar dicha novela. El resultado es sobresaliente, pero con matices.

A diferencia de otros trabajos previos en los que Tardi da una visión nihilista de la guerra, empeñándose en retratar el sin sentido de la muerte y la corta visión de los líderes, en El grito del pueblo se aprecia un enfoque distinto. En la Comuna, vida y muerte tienen una razón de ser y las decisiones de los comuneros, si bien condenadas a un fracaso inmediato, apuntan a algo que se entiende trascendente. La Comuna nace de siglos de opresión, cultivados en las frustraciones revolucionarias previas de la Francia y Europa moderna, y se arroja a su propia destrucción con plena conciencia del sentido de sus actos. Esta intención de Tardi y Vautrin se aprecia en cada página de la obra, especialmente en su tramo final, donde los protagonistas ven como sus dramas y afanes personales se hunden en la tragedia propia de la Comuna.

Una segunda diferencia respecto del Tardi más conocido es en los recursos narrativos. Mientras que en otras de sus obras la historia parece contarse con prescindencia de los personajes, en El grito del pueblo, sin embargo, tenemos un "motor" de personajes arquetípicos, partiendo por los que parecen ser principales: el policía Bassicoussé y el oficial Tarpagnan, quienes se persiguen sin verse por semanas, mientras a su alrededor desfilan proletarios, prostitutas, delincuentes e intelectuales, todos con sus propias historias. Y no obstante ello, dichos personajes en muchos momentos se confunden con el trasfondo y ahí aparecen las barricadas, las calles y los edificios del París decimonónico, absorbiendo a los personajes con su significado propio. Piénsese por ejemplo, en el pasaje en que la Comuna decide derribar la columna de la Plaza Vendome, un acto lleno de significado que alcanza a todos y los empequeñece (el propio dibujo nos guía en este sentido, con amplias viñetas panorámicas). El resultado de este juego desconcierta a ratos, pues el lector apreciará que varios pasajes no son más que excusas narrativas para avanzar en la historia (pienso por el ejemplo en la secuencia inicial en que sacan a la mujer del río o la torpe incursión de Tarpagnan en el antro de Trocard), mientras que otras están llenas de significado como la escena anteriormente descrita. Ignoro si la novela de Vautrin tiene esta disposición o si ha sido Tardi quien la ha adaptado al cómic de esta forma, pero tiendo a pensar que es Tardi quien adapta el texto a su propio lenguaje y formas de narrar.

Lamentablemente, la obra tiene un talón de Aquiles, que es la mediocridad de algunas de las tramas. Nuevamente surge la duda, ¿es un defecto de la novela o de la adaptación? Como sea, hay personajes que funcionan a la perfección como el joven Ziquet o la pequeña Palmyre, pero otros que portan una mayor carga en el desarrollo de la historia simplemente flaquean, como el propio Bassicoussé, cuya búsqueda es ciega y por más que explique sus motivos, nunca llegan a ser interesantes. Una segunda crítica, aunque esta no es bajo ningún punto atribuible a los autores, es la edición del tomo integral de Norma, el cual no deja de ser lujoso y una delicia en las manos de cualquier coleccionista, pero que omite establecer las separaciones interiores entre cada uno de los cuatro números y, peor aún, no contiene las portadas de cada uno de dichos ejemplares, privando al lector de ese contenido extra que siempre es de agradecer en las ediciones recopilatorias.

Volviendo a la historia, El grito del pueblo es una lectura definitivamente inmersiva, no tanto por la calidad de las múltiples subtramas que la atraviesan, pues hemos de convenir en que no todas son satisfactorias, sino que por la recreación del clima revolucionario y el drama del pueblo autogobernándose. En ese París dibujado encontramos el descontento obrero y la rabia de un pueblo traicionado por sus líderes, ahí están el proletario y el artesano, con el fusil al hombro, y las bellas parisinas y sus gorros frigios, símbolos de una libertad que finalmente llegaría.


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