Dylan, Gaiman y los límites de la literatura


Hace unas semanas Bob Dylan recibió el premio Nobel de Literatura y las reacciones, superfluas en su mayoría, no se hicieron esperar. Es más, buena parte de las justificaciones que escuché o leí giran en torno a reconocer a la generación norteamericana de la que Dylan es representante. No me parece una tesis errónea, si por algo se ha dicho que Borges nunca lo recibió por sus tendencias derechistas o que Parra tampoco lo recibirá jamás por haber sido poco izquierdoso en una época en que debía estar firme junto al pueblo. Pero dejemos eso de lado, lo interesante son los argumentos en contra, pues son los que establecen los límites que la Academia sueca ha cruzado este año.

Pierre Assouline, miembro de la Academia Goncourt, dice que Dylan no tiene obra, por tanto es un error premiarlo. La crítica no es menor, pues en efecto, Dylan casi no tiene libros publicados. Por su parte, Irvine Welsh, el autor de Trainspotting, dijo en twitter que el premio solo se basa en una nostalgia mal concebida. Para él, entonces, Dylan es un músico y debe ser premiado dentro de ese ámbito, no en el literario.
Natalie Kon-Yu, una académica australiana, merece un párrafo aparte pues es la que arroja el más letal de los dardos en una columna publicada por The Guardian: darle el Nobel a Bob Dylan no tiene nada de innovador, es solo premiar a otro hombre blanco en desmedro de otros autores.

En defensa, creo que el mejor argumento es el de Rushdie en twitter, el cual enlaza a Dylan con la tradición oral de la cual proviene la literatura escrita. Desde esa óptica, Dylan no innova, sino que continúa una tradición milenaria, la bárdica, y por ello entiendo que premiarlo es reconocer los orígenes de nuestras formas de contar historias. El punto es que al parecer en algún momento se entendió que solo era literatura la escrita.

El punto al que voy a través de la polémica sobre Dylan es uno que plantea Slavoj Žižek, acerca de cómo cualquier concepto de apariencia universal puede ser hegemonizado por un contenido específico. Al entender que la literatura es solo aquella que está escrita, nos apropiamos de ella y la hacemos un concepto no-político, pues no hay discusión sobre su extensión o definición. Lo que ocurre en torno a Dylan es un reflejo de esa batalla por la hegemonía y, aquí lo extraño, es que a pesar de la dura crítica feminista, la Academia sueca efectivamente ha revuelto las aguas en torno al concepto y si bien no ha innovado en el sujeto premiado (el más icónico de los cantantes blancos vivos) sí lo ha hecho al obligarnos a preguntárnos qué es la literatura. El premio por sí mismo no redefine los límites de la literatura, como erróneamente señala el Times de New York, sino que contribuye a estandarizar y a reforzar las definiciones que se hagan al respecto. Retomando la idea de Žižek, el premio Nobel entra en esta batalla por la hegemonía del concepto y es probable que sí contribuya a esta redefinición de la literatura, pues ha encontrado eco en el aplastante apoyo que Dylan ha recibido desde la cultura de masas, que ha aclamado esta decisión.

Ahora bien, dejemos por un segundo al Nobel y a Dylan, y repasemos una anécdota ciertamente más oscura para el público masivo, y es la premiación del World Fantasy Award de 1991. Este galardón compone, junto al Nebula y el Hugo, la tríada más relevante dentro de la premiación de obras de ficción especulativa y en 1991 sorprendió al mundo al otorgar el premio a mejor historia corta a un cómic, nada menos que al número 19 de Sandman de Neil Gaiman, una historia maravillosa que transcurre en 1593 y en la que la compañía de teatro de William Shakespeare estrena su nueva obra titulada "Sueño de una noche de verano" y lo hace nada menos que ante un público de hadas donde se encuentran los mismos que protagonizan la ficción basada en sus desencuentros.


No es fácil reconstruir lo que ocurrió en aquel entonces, pues las fuentes disponibles en internet son escuetas. La leyenda señala que la reacción de los escritores fue tan adversa a ver premiada una historieta con un galardón literario que ello provocó que las reglas del World Fantasy se reformularan de modo que no se pudiese premiar nuevamente a un cómic. Una tesis distinta proviene desde la propia administración del premio, que sostuvo que en realidad éste jamás estuvo pensado para cómics, pues aquellos debían competir en la categoría Special Award Professional y que nunca se cambiaron las reglas. Lo que importa es que jamás una historieta volvió a ganar ese premio.

Como vemos, en el caso de Sandman, premiar la obra de Gaiman también produjo esta lucha por apropiarse del concepto de literatura, ganando la ortodoxia, el statu quo. La literatura quedó, en este caso, restringida a lo escrito sin imágenes, excluyendo al cómic. Una manifestación de esta victoria es que con los años el cómic pasa a ser admitido como un objeto cultural valioso pero solo bajo el lacayo nombre de "novela gráfica". Es cosa de leer lo que se escribe de los cómics cuando quien lo hace no es lector de ellos y la expresión aparecerá por doquier, el cómic para ser reconocido debe travestirse con las ropas que le fueron negadas y solo denominado "novela" y adjetivado "gráfica" logra entrar a la literatura.

Volviendo al Nobel, si tardamos tantos años en plantearnos seriamente como literatura la labor de un bardo actual como es Dylan, y con esa discusión nos jugamos la hegemonía del concepto de literatura, no creo descabellado afirmar que si la discusión en torno a qué es literatura es ganada finalmente por aquellos ubicados del lado de Dylan, y podemos por tanto sostener que lo premiable, lo literario, no solo es lo escrito sino también lo cantado, en el horizonte aparecerá la posibilidad de redefinir el valor del cómic en cuanto literatura. No en vano, la última década ha visto la colonización del cine norteamericano por parte del cómic y, desde hace pocos años, también hemos presenciado su irrupción en la pantalla chica. Si premiamos la influencia cultural de la lírica de Dylan, cuándo premiaremos la influencia del cómic en la cultura de masas, y más importante aún: ¿cuándo reconoceremos como literaria la forma de narrar propia del cómic?. Con este pensamiento final dejo la próxima propuesta rupturista de verdad: darle el Nobel de Literatura a un escritor de cómics, candidatos hay varios.

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